Hace tiempo que la ciencia constató que el estrés puede causar multitud de problemas en nuestro organismo, entre ellos los trastornos ocasionados por la inflamación intestinal. Ahora, una nueva investigación ha descubierto el vínculo que existe entre ambos, y ha constatado que combinar técnicas de manejo del estrés, como el mindfulness, con los medicamentos pueden ser más efectivo que las terapias convencionales que solo están basadas en fármacos.
Los científicos han llegado a la conclusión de que los tratamientos médicos convencionales han “desatendido por completo el estado psicológico de los pacientes como un factor importante de respuesta a la terapia”, ha reconocido el microbiólogo Christoph Thaiss, de la Universidad de Pensilvania (Filadelfia), que es uno de los responsables de esta investigación.
El poder de la mente
En ese sentido, las situaciones estresantes, como perder el trabajo o romper con la pareja, preceden en muchos casos los brotes de inflamación intestinal. Según los investigadores, esto se produce porque después de una oleada de estrés, el cerebro envía señales a las glándulas suprarrenales, que liberan sustancias químicas llamadas glucocorticoides al resto del cuerpo.
Inicialmente, los investigadores consideraron la idea de que los glucocorticoides actuaban directamente sobre las células inmunitarias y que estas respondían a la interacción liberando moléculas que causaban la inflamación. “Pero resulta que hay una especie de capa intermedia”, ha precisado el microbiólogo que, junto con sus compañeros, descubrió que los glucocorticoides actuaban en las neuronas del intestino y en las células glía, que conectan las neuronas intestinales entre sí.
Asimismo, después de ser activadas por los glucocorticoides, algunas de estas células liberan moléculas que activan las células inmunitarias, que a su vez liberan moléculas que normalmente se usarían para combatir los patógenos, pero que, en este caso, terminan causando una dolorosa inflamación intestinal.
Neuronas intestinales
“Al mismo tiempo, los glucocorticoides bloquean el desarrollo completo de las neuronas intestinales inmaduras y, como consecuencia, estas neuronas producen solo niveles bajos de moléculas de señalización, que hacen que los músculos intestinales se contraigan, lo que produce que la comida se mueva lentamente a través del sistema digestivo”, comenta el doctor Thaiss.
No obstante, aunque las ráfagas rápidas de glucocorticoides parecen ser antiinflamatorias, cuando el estrés se vuelve crónico, “el sistema cambia por completo” y los glucocorticoides asumen un papel proinflamatorio”, añade el experto.
El coautor del estudio ha insistido en que la capacidad del cerebro para impulsar la inflamación en órganos remotos “parece ser mucho más fuerte” de lo que se pensaba. “Definitivamente, hay una gran cantidad de aspectos que todavía tenemos que aprender sobre el cerebro y cómo el cerebro controla elementos aparentemente no relacionados de la fisiología y la enfermedad”, concluye Thaiss.
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