La práctica de la atención plena ayuda a los niños a dormir mejor por la noche, según un estudio realizado por la Universidad de Stanford (California). Las técnicas, aprendidas como parte del plan de estudios de la escuela primaria, ayudaron a los pequeños a ser más estables emocionalmente, así como a dormir una media de 74 minutos más por noche.

De izquierda a derecha, Ruth O’Hara, Victor Carrion y Christina Chick.

Este estudio es el primero en utilizar técnicas de polisomnografía, que miden la actividad cerebral, para evaluar cómo el entrenamiento de atención plena en la escuela cambia el sueño de los niños. El plan de estudios enseñaba a los niños a relajarse y manejar el estrés, enfocando su atención en el presente, pero no les instruía sobre cómo dormir más.

«Los niños que recibieron el plan de estudios durmieron, en promedio, 74 minutos más por noche que antes de la intervención», ha explicado la autora principal del estudio, Ruth O’Hara, experta en sueño y profesora de psiquiatría y ciencias del comportamiento en Stanford.

El sueño de movimientos oculares rápidos, que incluye soñar y ayuda a consolidar los recuerdos, también se alarga en los niños que aprendieron las técnicas. “Obtuvieron casi media hora de sueño REM”, ha precisado O’Hara. “Eso es realmente bastante llamativo. Hay evidencia teórica, animal y humana, que sugiere que es una fase muy importante del sueño para el desarrollo neuronal y para el desarrollo de la función cognitiva y emocional”, ha añadido.

Comunidades con problemas

Los niños del estudio vivían en dos comunidades de bajos ingresos, principalmente hispanas, en el área de la bahía de San Francisco. Un grupo de menores recibió la intervención, mientras que otro grupo sirvió como control. En su comunidad hay altas tasas de delincuencia y violencia, y las familias afrontan factores estresantes como la inseguridad alimentaria y viviendas inestables y abarrotadas.

“Estas condiciones son una receta para dormir mal”, ha afirmado Victor Carrion, otro de los investigadores que ha participado en el estudio. Carrion, que dirige el Programa de Resiliencia y Estrés de la Vida Temprana de Stanford, impulsó esta investigación para ayudar a los jóvenes a manejar los efectos de vivir en un ambiente estresante.

Para conseguir que los niños en riesgo duerman mejor no basta con decirles que duerman más o que mantengan un horario regular para acostarse. “Para conciliar el sueño hay que relajarse, pero a ellos les cuesta desconectarse de sus experiencias. No se sienten seguros y pueden tener pesadillas y miedos por la noche”, ha explicado Carrion.

El currículo de estudio consistía en un entrenamiento para llevar la atención al presente; ejercicios de respiración lenta y profunda, y movimientos basados en ejercicios de yoga. Los instructores impartieron a los niños dos sesiones por semana durante dos años, en todas las escuelas de primaria y secundaria de la comunidad. Les enseñaron qué era el estrés y los alentaron a usar las técnicas para descansar y relajarse, pero no les dieron ninguna instrucción sobre las técnicas para mejorar el sueño.

Tres evaluaciones

De los más de mil alumnos que participaron en el estudio, los investigadores reclutaron a 58 niños que recibieron el plan de estudios y a 57 niños que no lo habían recibido y que formaban parte del grupo de control para llevar a cabo tres evaluaciones del sueño en el hogar. La primera realizada antes de que comenzara el plan de estudios, la segunda después de un año de llevar a cabo las prácticas de atención plena, y la tercera después de dos años. Estas evaluaciones midieron la actividad cerebral durante el sueño, así como la frecuencia cardíaca y respiratoria, y los niveles de oxígeno en la sangre.

Al comienzo del estudio, los investigadores encontraron que los niños del grupo de control dormían 54 minutos más, en promedio, y tenían 15 minutos más de sueño REM por noche que los niños del grupo que luego recibió la capacitación. Los niños del grupo de control dormían unas 7,5 horas por noche, y los del grupo curricular unas 6,6 horas por noche. Los investigadores no saben por qué los niños de las dos comunidades, a pesar de las similitudes en el nivel de ingresos y otros datos demográficos, tenían tiempos promedio de sueño diferentes.

Pero los patrones de sueño de los dos grupos evolucionaron de manera diferente. Durante el período de estudio de dos años, entre los niños del grupo de control el sueño total disminuyó en 63 minutos por noche, mientras que los minutos de sueño REM se mantuvieron constantes. En contraste, los niños que participaron en el currículo ganaron 74 minutos de sueño total y 24 minutos de sueño REM.

Cambios con la edad

«Tiene un sentido intuitivo que los niños que no participaron en el plan de estudios disminuyeron su sueño, según lo que sabemos sobre cómo es ser un niño de esta edad, porque a medida que se hacen mayores suelen quedarse más tiempo despiertos para hacer las tareas o hablar o enviar mensajes de texto a sus amigos», ha dicho Christina Chick, que es otra de las investigadoras que participaron en el estudio.

“Por eso interpreto nuestros hallazgos en el sentido de que el plan de estudios fue protector, ya que enseñó a los niños habilidades que ayudaron a proteger contra esas pérdidas de sueño”. Además, los cambios hormonales y el desarrollo del cerebro también contribuyen a las modificaciones del sueño a esa edad.

Aun así, la cantidad promedio de horas de sueño que registraron los participantes del estudio en ambos grupos fue baja, según Chick, ya que los expertos recomiendan al menos nueve horas de sueño por noche para que los niños crezcan sanos.

Los investigadores planean llevar a cabo nuevos estudios para comprender cómo los ejercicios que promueven la respiración profunda y lenta pueden cambiar el funcionamiento del cuerpo para permitir un mejor sueño. “Creemos que la atención en la respiración cambia el entorno fisiológico, tal vez aumentando la actividad del sistema nervioso parasimpático, y eso en realidad da como resultado un mejor sueño”, ha afirmado la investigadora.